1. La carta (póstuma)


 
Lili querida. Siempre hay una última carta tras la última carta. Y ésta es solamente para ti. No corrige mi nota de últimas voluntades, la que han leído todos y pocos han querido aceptar. No la amplía. No da esperanzas, porque difícilmente puede recomendar tal virtud quien decide eliminarlas todas de un golpe único. Es simplemente la carta que jamás existió, pero que nos seguirá fundiendo a ambos, más allá de este paso extraordinario que estoy a punto de dar. No es una carta balance tampoco; eso lo he venido haciendo de palabra y de letra desde hace tiempo. Nada más lejos de mi intención garabatear a estas alturas quejidos y resucitar recuerdos melancólicos. Los goces nos acogieron mientras los disfrutamos. Las ilusiones valieron en tanto en cuanto nos mantuvieron expectantes y confiados. Me siento otro, y no me siento ya integrado en ninguna parte. Ya dejé claro que no había nada que hacer. No he podido soportar más todos los oleajes que han sacudido mi barca. Y eso que siempre procuré que la navegación del amor recorriera todos los puertos posibles de las experiencias, de los conocimientos y de las solidaridades. Me creí fuerte mientras todos nos creímos fuertes. Me consideré en búsqueda y, por lo tanto, capaz de conocer algo de la creación, mientras todos percibíamos que creábamos. Pero ellos hablaban ya solamente de construir. Nunca acabaron de entender que construir es una tarea lineal y que crear es siempre un reflejo único, volcánico, aunque se trate también de un esfuerzo y haya que aportarlo a las exigencias de los nuevos tiempos. Nunca quisieron aceptar la aportación instintiva e incluso espontánea que, al fin y al cabo, es la que dota de belleza y de honradez al mundo. Mientras algunos seguíamos prospectando en los retorcidos vericuetos del lenguaje, y no nos dolían prendas en contribuir con enorme entusiasmo a la ingente labor de compromiso con lo nuevo, otros ya estaban sacrificándolo y encauzándolo en una dirección que reducía sus posibilidades. La deriva de los acontecimientos me han hecho diferente; o tal vez no, sino que los diferentes son los demás. Hoy, tú sabes mejor que nadie que soy un náufrago cansado y hastiado. Mi fe en la dirección que toman los hechos es nula y mi paciencia se ha agotado. Llegado este punto, pedirte que me ames sería ir más allá de la literatura. No eres tú quien te vas a quedar sola, puesto que tienes la vida y todos nuestros amigos sabrán arroparte, si lo necesitas. Yo soy quien se ha condenado al ostracismo sin retorno, y no debes llorarme, puesto que es lo que yo he querido. Y tú siempre has aprobado mi propia libertad de querer.

Siempre, Vladimiro.
 
 
 
(Fotografía de Maiakovski realizada por Rodchenko)

2. La otra carta




Sabes que no, Vladimir. Sabes que tu despedida violenta es para nosotros abandono, pero no olvido. Todos tus amigos, nuestros amigos, y yo misma, hemos tomado buena nota de tu actitud. Ésta ha sido amarga y nos ha descompuesto a todos, pero ha tenido un inmenso valor. Por una parte, nos has alertado de forma sobrecogedora, pero irredenta, sobre los malos tiempos que pueden avecinarse. No tenías suficiente con tus críticas a los camaradas oportunistas que iban segando la hierba bajo tus pies. Tenías que demostrarles además al precio de tu propia vida lo bajo que iban cayendo, aunque seguramente ellos ahora se estén riendo de tu determinación. Por otro lado, nos has llamado a la atención contra las traiciones estéticas, que es tanto como decir contra las felonías que se empiezan a cometer con aquellos objetivos que nos hicieron activar la vida y la creación artística, sobre todo durante estos años decisivos. Si te soy sincera, a pesar de presenciar últimamente tus estados de desgaste y de derrumbe anímico, nunca llegué a pensar que alguien tan capaz de sortear las adversidades con ese vuelo tan espectacular de ilusiones como el que tú siempre exhibías pudiera renunciar de manera tajante a todo. ¿Tan irresoluble veías el futuro? ¿Tan difícil te parecía su encaje en tu personalidad? ¿No te éramos de suficiente peso cuantos te hemos protegido de tus crisis y aliviado de tus momentos desesperanzadores? Temo que tu problema ha sido que te has considerado juez y parte en la vida. Demasiada afección ha circulado por lo más hondo de tus venas, aunque siempre lo disimulaste con tus energías inextinguibles y montaraces y lo paliaste con tus impetuosidades. Te costó siempre tanto reconocer las limitaciones, relativizar las respuestas de los demás, distinguir los lenguajes de sus comprensiones, canalizar el ritmo de tus propuestas entre esos otros hombres que han ido escalando poder. No resulta fácil comprender el carácter usurpador que todo poder tiene, incluso antes de afianzarse con todos sus atributos, si no sabe respetar la opinión de los ciudadanos. Sobre todo para cuantos hemos contribuido de alguna manera a construcciones que empiezan a estar en entredicho y pretenden retornar al campo de las utopías. Ya sé que esto no debería decirlo, ya sé que temerías que yo también fuera incomprendida, pero es un diálogo oculto y esta carta no habrá sido sino un ejercicio mental dirigido al viento, por si quiere llevarte el mensaje. Sólo entendiste la felicidad, mi dulce Vladimir, como una dinámica, como un movimiento continuo en el que afrontabas dificultades pero también extraías satisfacciones, pero jamás como un cuerpo espacial y un estado temporal donde asentar tu edad y consolidar tus aspiraciones. Te crecías en las creatividades, te enervabas en las declamaciones de tus versos en público, te ensalzabas con nuevos proyectos cuando resurgías de tus días y tus noches de acres soledades, te emocionabas, en fin, entre mis brazos como el primer día, tú, que habías amado a tantas mujeres. Eso era para ti la felicidad, una afirmación de las leyes de la física, un reencuentro día a día con tu cuerpo y tu naturaleza, grandullón. Caronte ha lavado con tu sangre las esperanzas de cuantos te han precedido con la señal de la insatisfacción y no han sabido sobreponerse. Puede que los que quedamos en esta orilla seamos los cobardes, y si renunciamos a todo lo que tu impulso vital nos ofreció lo seremos más. Puede que algún día nos veamos obligados a seguir tus pasos, a pesar de que nos dejaste dicho en tu testamento póstumo y moral "lo que hago no es una solución, no se lo recomiendo a nadie..."
Siempre tu Lili.





(Fotografía de Lili Brik efectuada por Alexander Rodchenko en 1924 para un fotomontaje publicitario, el cartel titulado Lengiz)

3. Póstuma de Lili Brik



1. Habla Viktor Sklovski.

“En la técnica se usa el concepto de peso adherente.
Es el de las locomotoras en las ruedas motrices.
La fuerza de las ruedas motrices es cincuenta veces superior a la de las demás ruedas. Si el peso no se adhiriera, no sería posible que se movieran. El amor es el peso que hace que el hombre se adhiera a la vida.El amor es una carga útil.
Él se enamoró de ella, por primera vez y a fin de cuentas, para siempre, hasta que no perdiera peso. Ella tenía los ojos castaños, la cabeza grande, era bella, de cabellos rojos, ligera, quería ser bailarina.”




2. Habla Lilí Brik

Mi gigante no era nadie cuando caía entre mis brazos. No me gustaba porque fuera gigante. En realidad, su dimensión me atemorizaba. Tenía que rebajarse, apocarse, sentarse incluso en un rincón del cuarto. Sólo entonces empezaba a considerarle. Para mi era inmenso cuando recitaba sus ocurrencias, aquellos versos que rompían los esquemas del tiempo anterior. Descargas diagonales con las que sacudía las formas viejas y preocupaba a muchos poetas tradicionales e incluso a algunos poetas emergentes. Vladimir era otro cuando me derribaba. Ya empequeñecido en la apariencia, se crecía en el deseo, y era entonces un rapsoda de susurros. Convirtió en poemas su rumor, sus confidencias, sus lamentos apagados, sus angustias dolorosas, sus gemidos de adolescente. Su poesía más íntima, la que sólo escribía sobre mis mejillas, la preservaba para mi. Aunque a él le gustaba manifestar ante los demás la épica, el combate cuerpo a cuerpo con los tiempos nuevos que más tarde resultaron viejos. Su lírica fui yo, y su evanescencia sólo fue tocada por mi. Pero ya se sabe que las vanguardias tienen que demostrarse que van uno o varios pasos por delante. Convertirse en fanal, en acicate, en nueva vertebración, en impulsos que luego nadie sigue, salvo las vanguardias. Porque la rotura y lo nuevo, si es auténtico, duele, cansa, exige. Cuando mi marido Osip supo de mi fascinación amorosa por Vladimir no se sorprendió. En parte porque nuestra sintonía había mermado y hasta desaparecido. En parte, porque respetaba a Maiakovski. Lo aceptó como una prueba más del arte nuevo. Siempre me he preguntado si la atracción entre Vladimir y yo habría sido la misma en otros tiempos que no hubieran sido los del Soviet. Pero los tiempos fueron los que fueron y no nos arrepentimos jamás. Compartíamos arte, revolución y amor. Víctor Sklovski me dijo una vez que Vladimir ligó el destino del mundo con el de su amor, con la lucha por la felicidad única; así me lo dijo. ¿Por qué creíamos tanto en que la revolución tenía que renovar al hombre de cabo a rabo? No sólo por el pasado tiránico que el país había conocido, no sólo por las miserias y las humillaciones, no sólo por la degradación de la moral o porque la moral existente hasta entonces no era ya sino hipocresía y caos. Creíamos en la revolución porque la vinculábamos con nuestra mística especial de artistas prospectantes. Con la necesidad de generar hombres nuevos. Sin el arte no concebíamos los cambios radicales. Vladimir necesitaba los versos como su expresión más necesaria, pero quería los versos para que la revolución tuviera una expresión también genuina, sincera. Decir que quería los poemas para los obreros puede parecer hoy una quimera o sonar demagógicamente. Pero la fuerza de la palabra en Vladimir era como la fuerza de su amor. Ambos iban de la mano, se nutrían mutuamente. Yo no se lo ponía fácil. Pasaba de mis caprichos a mis melancolías, de mis superficialidades a mis indagaciones, de la fiereza a la dulzura, de la inconstancia a la exigencia. Tal vez esos altibajos, esas desproporciones de mi personalidad, eran un estímulo amoroso y creativo para él. Cuando nos encontrábamos me recitaba sus últimas creaciones antes que a nadie, a veces las repetía, me observaba. Si yo permanecía en silencio él dibujaba una mirada de extrañeza, en ocasiones colérica, temiendo que yo no le hubiera interpretado. Entonces volvía a recitarlas, ponía otro tono más angustioso, le brillaban los ojos y le saltaban incluso las lágrimas. ¿Quién iba a esperarlo de aquel gigante tenaz y enérgico? Entonces comprendí que nada tiene que ver la apariencia con una fortaleza interior donde los sentimientos y las emociones revelan al ser puro, puro en cuanto materia tal cual; impuro y contradictorio en cuanto materia en transformación. Y yo entonces le amaba tanto. Si él me mecía entre sus palabras, yo le acunaba entre mis caricias. Y hacíamos un verso nuevo de nuestro amor. Los alejamientos y las proximidades echaban un pulso a nuestra apuesta. Siempre salíamos adelante. Cuánto tiempo ha transcurrido desde lo desposeído, cuánto desde lo traicionado (su muerte) Salvo la dimensión intemporal del recuerdo, en el que he seguido ahondando tantos años después. Ya no soy la misma del cartel que Rodchenko y el mismo Vladimir imaginaran. Yo he sobrevivido para no hacer baldío el testamento moral de Vladimir. Para que sus últimas palabras demostraran una constancia real, más allá de sus trazos sobre el papel. Le he seguido amando más allá de su desgarro. Todos dejamos de ser un poco o un mucho cuando él nos abandonó en la vida. Pero él lo decidió. Ah, y por favor, sin comentarios. Al difunto le molestan enormemente (lo dijo él mismo)





3. Habla Sklovski, de nuevo.

“Murió rodeando su propia muerte de señales luminosas, como el lugar de una catástrofe, después de haber explicado cómo perece la barca del amor, cómo perece un hombre, no por un amor infeliz, sino por haber cesado de amar. “


 (Vladimir Maiakovski nació el 7 de Julio de 1893 en Bagdadí, Georgia)

 


4. Inédita de Vladimir M.





Estimada Lilya Urievna. He leído cinco veces su carta. En cada lectura se apodera de mi una emoción reincidente. Leo lo mismo y leo algo diferente. Es como si tras su curso lineal los significados se multiplicaran. ¿O es mi deseo de escuchar lo que implícitamente se encuentra en ella pero usted lo cubre con un tul enigmático? Usted dice que estamos hechos de fisuras. ¿Sabe? No se sorprenda, Lilya Urievna. Al igual que en los movimientos tectónicos de la Tierra, nuestra geología personal se va haciendo. Hay quien piensa que procedemos de un estado bruto cuando nacemos y que vamos afinándonos a lo largo del tiempo. ¿Afinándonos hacia dónde? ¿No será más bien que vamos descubriendo nuestras superficies abruptas y ahondando en nuestras profundidades desconocidas, sin acabar de conquistar ni unas ni otras? Es evidente que en las vidas humanas sucede como con la naturaleza en general. Hay elevaciones, hay depresiones, hay resquebrajamientos, hay llanos. Hay contracciones, en fin, porque nada permanece estable de una manera ideal. Nos nutre el perpetuo movimiento incandescente que se proyecta de manera concéntrica sobre todas las esferas de nuestras conductas, actividades y comportamientos. Lo que en ocasiones da la impresión de armonía, apacibilidad o simple quietud, características que la gente denomina normalidad, con frecuencia son simulaciones, consensos o sencillamente un dejar hacer. Siempre me he preguntado si los humanos somos sustancialmente diferentes al resto de la materia de la que está formada el planeta. Si nuestras formas, cuya apariencia revela un derroche de energía, movilidad y dispersión, son algo superior a las que rigen los bosques, las otras especies o los sustratos que sostienen nuestros pies. ¿No somos más bien reflejos, adaptados y adecuados a nuestras características, del resto de elementos y seres que conforman la totalidad diversa, bruta y sutil de la naturaleza? Dice usted en su misiva, mi estimada Lilya Urievna, que no sólo nos reconocemos en lo pulido del mármol, sino en las divergencias del mineral y en sus espacios huecos. Usted da en la clave, mi apreciada amiga, y eso me hace feliz porque creo que a su vez usted me comprende. El reconocimiento por la obra terminada con frecuencia es algo efímero, porque siempre deseamos conformar otra obra. Y tampoco es fácil ponerse de acuerdo en la calidad, objetivo y significado de lo pulido. Sin embargo, en el esfuerzo por tallar nuestras aristas escarpadas, en el ejercicio por ahondar en las galerías subterráneas de nuestra personalidad, en la demostración de nuestras debilidades, confusiones y quiebras cuando tratamos de acercarnos al otro es donde verdaderamente nos comprendemos y posibilitamos el sentimiento entre los individuos. Coincido con usted en que el conocimiento no es un relámpago. Un relámpago es simplemente el aviso de la energía desencadenada que llega detrás y que, ésa sí, está cargada de conocimiento, de comprensión y de fuerza cuya dimensión apenas se intuye con las fugaces centellas iniciales o los bramidos exagerados del trueno. La sangre de la naturaleza humana es un eco de la sangre circulante y embriagadora de la naturaleza total. Comprender esto es vital para sentirnos arropados, para no sucumbir a las incomprensiones y desaciertos, y para no ser pasto de la melancolía destructora. Discúlpeme, Lilya Urievna, pero no dude usted. Poner en cuestión los lugares comunes y las vulgaridades que asolan y separan el diálogo entre los humanos es necesario, útil y liberador. Pero en su fuero interior, no dude de usted misma, ni de aquel que se siente estimulado por su presencia. Cuando vuelva usted a Moscú medirá de otra manera sus inquietudes, que yo agradeceré comparta conversacionalmente conmigo. Volveré a leer por sexta vez y ávidamente su carta. Con ella, como con mis propios poemas, a cada relectura se me muestra alguna luz nueva, por leve o insensata que sea.

N.B. Huelo en el papel de su carta un ligero aroma que presumo procede de usted misma. Mi amigo Petrov-Vodkin me mostró en su estudio unos hermosos cuadros que, a buen seguro, tendrá especial gusto en mostrarle a usted. Por cierto, ¿sigue inmerso en sus negocios su esposo Osip Brik?



(El cuadro es obra de Kuzmá Serguéyevich Petrov-Vodkin)

5. Una postal de Lilya Urievna



Aquella postal de Lili Brik estaba cargada de letras. Me costó descifrarla y atar cada frase que revoloteaba en todos los sentidos para aprovechar los espacios.

Vladimir querido. Tal vez te suenen extrañas mis palabras. El viaje en que me he embarcado junto a Osip nos mantiene alejados físicamente, pero paradójicamente me acerca con intensidad a ti. Cada paisaje que registro en mi mente, ya sea la anochecida en el cabo Sounion, el recorrido por el palacio misterioso de Cnossos, la visión del Etna efervescente y divino, o la combinación de tonos dorados y ocres de la costa africana, todo me entusiasma y me sobrecoge. Pero en lo más íntimo siento un desgarro. No puedo disfrutar de su visión cuanto desearía. Me falta algo, sin duda no poder compartir contigo tanta belleza. Tendrías que estar aquí, absorbiendo a mi lado toda la amplitud ilimitada que proporciona la naturaleza y que los hombres recrean robándoselo a los dioses. Es tan diferente este paisaje del de nuestros valles y de nuestra taiga, donde todo es oscilante y brumoso, aunque lo amemos tanto. Aquí todo resulta más estable, desde la luz temprana hasta el aroma de los pequeños pueblos de pescadores, desde el colorido de la tierra hasta los acantilados escarpados. Parece que la vegetación se hubiera sacrificado a la piedra; ésta se esparce por doquier y con frecuencia se consagra, justo en esos lugares que abundan y que han sido constituídos por el hombre y sus culturas: los santuarios, los templos, las ciudades, los caminos. Hoy son ruinas, pero ruinas que dicen tanto. Su abandono es latente y huérfano -tantos sucesos han acontecido a lo largo del tiempo, tanta obra se ha levantado y ha terminado extinguiéndose- pero nunca te parece triste. Es tal su majestuosidad, tal el afianzamiento que transmiten aunque se encuentren al borde de un abismo, tal la simbiosis que guardan con su propio suelo que parece que hubiese sido la propia tierra la que hubiera levantado estas arquitecturas. Y luego está su significado. A ti te encantaría conocer el sentido simbólico que late por todas partes, hijo de unas mitologías que es tanto como decir también producto del lenguaje y de la narración. Te impresionaría sobre manera el otro efecto, el de la luz reverberando sobre los fustes, sobre los tímpanos, sobre los basamentos que salpican el suelo. Puedes ver las mismas piedras y sin embargo te parecen distintas según a qué hora del día las veas. Qué importante es la relación de la luz con todo lo material. Qué importante es el vínculo de la palabra con lo que se quiere expresar. Elsa, Serguei, Víktor, Alexandre, Varvara Fedorovna y los demás amigos estarían gozosos de sentir lo que yo siento. Y tú, mi íntimo Vladimir, mi arraigado hombre de las palabras que desnudan a las palabras, cuánto te estimularía la contemplación de este mundo ajeno, bajo cuya superficie y más allá de su pasado también bulle enérgicamente la existencia humana.

Siempre tuya.

Lilya U.

(La imagen es obra de Manuel Boix)

6. Una carta misteriosa



Carta sin destinatario de una tal Marina Ivánovna L. hallada en los archivos de la Seguridad del Estado de la extinta URSS, sección Unión de Escritores Soviéticos:


“Acabo de saber que ha sido a la altura del corazón. No quiero imaginar el olor a pólvora sobre la piel que yo amé. No me desgarra tu manera de morir, sino el abandono de ti mismo. Sería inútil hacer llegar esta carta a un muerto. Pero necesito escribirla para salir de la obscuridad, siquiera por el tiempo que dure su escritura. Luego la quemaré o no sé, acaso la guarde con los recuerdos: algunos ejemplares de tu revista LEF, una macla de pirita que me dijiste que procedía de tu tierra y que la habías conservado desde niño; una flor que pusiste entre las hojas de aquel poemario que me obsequiaste una tarde de nieve en la calle y de calor en mi cama; varios dibujos a borrador que tus futurismos te hacían recrear mientras tomábamos café sin parar en madrugadas desveladas; aquella foto que te había hecho Aleksandr con el cráneo pelado y la mirada firme y desafiante, como si una locomotora atravesara veloz la tundra desafiando el descarrilamiento.

Si leyeras esto sabrías enseguida que no soy tu Lili eternamente deseada (o eso te empeñabas en demostrar), ni la Verónica Vitóldovna con la que dicen que has medio vivido el último año. No haber sabido de ti recientemente no me ha hecho pensar que me hubieras ignorado para siempre. No me citaste nunca expresamente en ninguno de tus poemas, pero yo siento que estoy en todos. Principalmente en aquellos en los que eres más explícito sobre el amor. No, no te permitiría ahora que dijeras que hay otras cosas más importantes que el amor.  Aquellos arrebatos sobre la clase o el futuro o el valor revolucionario del arte se vinieron abajo cada vez que yo te tomaba. ¿Había en ese instante algo más importante que la caída de tu arquitectura entre mis brazos?

No puedo quitarme de la cabeza la idea de no haber llegado a tiempo. Mi duda es: si durante los últimos días de tu desesperación me hubieras encontrado ¿habrías hecho igualmente lo que has hecho? Un amigo común me ha dicho que hacía poco que habías preguntado por mí. No sé si yo te hubiera salvado o sólo habría llevado tu decisión a un aplazamiento. Acaso los dos nos hemos quedado con la duda. Tú por no haberte decidido a tiempo por la mujer en la que te veías renovado y sincero; yo por no haberte buscado con más decisión. ¿Serviría de algo que te revelara ahora que jamás he podido quitarme tu calor de la piel de mi mente? ¿Que tus mejores poemas no llevaban  letras ni composiciones sintácticas sino que se hacían con las marcas de nuestra pasión? ¿Que tus mejores mensajes surgían de nuestros mutuos sentimientos?  ¿Que yo acudía fiel a la presentación de cada obra que sacabas a la luz, aunque no me vieras, sometido y doblegado como estabas al ritual de los consagrados?

Mañana iré a ver cómo te rinden culto las autoridades falsas y las amigables, los escritores que te combatieron y los artistas que hicieron piña contigo, el pueblo curioso y los trabajadores esperanzados, que todavía los hay. Al fin y al cabo tu entierro será el epílogo de tu particular ópera bufa que, si lo presenciaras, te aturdiría: recuerda que siempre odiaste y te molestaron los despliegues aparentes. Llevaré tu pirita conmigo, la mantendré bien fuerte en el puño, para que enfríe esta quemazón que siento y que”


(la redacción se interrumpe en este punto, probablemente por la pérdida de una segunda hoja de papel)       

7. Un poema perdido



También aparecieron algunos poemas entre los papeles de Marina Ivánovna L., escritos a mano. A raíz de abrirse diversos archivos de los antiguos servicios de seguridad estatales, encontré una fotografía suya e indagué sobre la personalidad de esa mujer, sin éxito. Sigo su pista. Es probable que este poema fuera escrito inmediatamente a la muerte de Vladimir M.






Odiaré al ángel exterminador
por los siglos de los siglos. Odiaré
su flagímera venganza 
que me arrebató el secreto de la vida.
Odiaré tu mirada
de pose
que fotografiaron tus amigos magos de las nuevas teorías.


No la que jamás pasará a la historia
                                      y que vuelvo a desbrozar en cada anochecer
porque es solo mía.
                                     La mirada abierta y repentina
la mirada fractal
la mirada curiosa
                           la que extraviaba sus lágrimas en mi garganta
la que tomaba a la mujer 
como si probara la mejor fruta: la que se hurtaba de niños
en las huertas del vecino.


Mirada nueva con la que se tejía el hilo de funambulistas
                                   que nos llevaba a encontrarnos como primitivos.
Tú no lo supiste nunca
                                   pero yo no la desviaba para que no cayeses del todo.


                        Mirada frágil
que trasladaba no una sino mil estrellas
de un extremo a otro de las ilusiones de los hombres. 


Odiaré una de tus dos miradas
                                       aquella que se impuso 
a la que me has querido arrebatar
Vladimir
estrella del silencio.

8. Otro escrito de Marina Ivánovna L.



De Marina Ivánovna L. a Vladimir M.


...Sin que la luz lo invada todo. Sin que quiera saber lo que me cuentan. Sin que nadie me reconozca ni por la calle ni en las tertulias. Elijo pasar desapercibida porque así te preservo mejor, mi dulce V. Podría quedarme encerrada y convertir en duelo mi silencio anónimo. ¿De qué serviría? Reducir la memoria de los buenos instantes a una serie de recuerdos afectados y marchitos no te gustaría, y a mí tampoco. Si algo me aportaste fue vitalidad. Si algo te di fue vitalidad, aunque ambos lo manifestáramos de modo diferente y no siempre se cruzaran en paz. Pero ¿te das cuenta que esa energía que poníamos en marcha no era solamente la que traíamos a nuestros encuentros? Iba más allá, luego la seguíamos alimentando, aquellas maneras que ya no se sabía si pertenecían a uno o al otro. Me acuerdo de cómo a veces hablabas con amigos comunes y te decían que no eras tú. No, no eras tú. Habías tomado mi encarnación, de la misma forma que yo en otras ocasiones reaccionaba más colérica que de costumbre. Pero a mí nadie me dijo que parecía V., porque pocos tenían idea de que nuestro carácter se transformaba, que había un intercambio, una cesión espontánea imposible de prever. Algo que se elevaba por encima de nuestros retozos dispares. O que nos atravesaba cuando nos alejábamos. ¿Sabes cómo le llamaba yo a eso? Cordón umbilical, un procedimiento de nutriente mutuo que nos mantenía no obstante nuestras separaciones.

 
No me pongo a escribir estas notas para tratar de hacer una narración. Un relato se hace para que se conozca una historia. Y yo no quiero que se sepa, como tú no querrías que se supiera. No porque a ambos nos perjudique, sino porque hay en este silencio algo de manto que conserva el calor que hubo entre los dos. No hay necesidad de que nuestras vivencias discretas, pero profundas, sean pábulo de las incompresiones y los dimes y diretes. Estoy segura que algunos, malévolamente, las utilizarían para explicar caprichosa e interesadamente muchas actitudes tuyas, incluso tu resolución final. Pero necesito escribir para situar mejor nuestro conocimiento mutuo. Lo vivido, en fin, se da en esta existencia pero se amplía con la pedagogía de la palabra que tan útil nos resulta. Cuando haya escrito hasta un punto en que no sepa qué más decir, o no encuentre más sentido, romperé estas cuartillas. Antes, te haré sentar al otro lado de la mesa, te las leeré y me escucharás desde tu evanescencia. Sé que juego con ventaja, porque no cabe esperar tus objeciones, salvo que yo misma me dé cuenta de aquello que tú considerarías inconveniencias. Un juego arriesgado, pero que prolonga mis propios sentimientos de pasión. Y que no podrás impedir. 

(aquí se interrumpe)