4. Inédita de Vladimir M.





Estimada Lilya Urievna. He leído cinco veces su carta. En cada lectura se apodera de mi una emoción reincidente. Leo lo mismo y leo algo diferente. Es como si tras su curso lineal los significados se multiplicaran. ¿O es mi deseo de escuchar lo que implícitamente se encuentra en ella pero usted lo cubre con un tul enigmático? Usted dice que estamos hechos de fisuras. ¿Sabe? No se sorprenda, Lilya Urievna. Al igual que en los movimientos tectónicos de la Tierra, nuestra geología personal se va haciendo. Hay quien piensa que procedemos de un estado bruto cuando nacemos y que vamos afinándonos a lo largo del tiempo. ¿Afinándonos hacia dónde? ¿No será más bien que vamos descubriendo nuestras superficies abruptas y ahondando en nuestras profundidades desconocidas, sin acabar de conquistar ni unas ni otras? Es evidente que en las vidas humanas sucede como con la naturaleza en general. Hay elevaciones, hay depresiones, hay resquebrajamientos, hay llanos. Hay contracciones, en fin, porque nada permanece estable de una manera ideal. Nos nutre el perpetuo movimiento incandescente que se proyecta de manera concéntrica sobre todas las esferas de nuestras conductas, actividades y comportamientos. Lo que en ocasiones da la impresión de armonía, apacibilidad o simple quietud, características que la gente denomina normalidad, con frecuencia son simulaciones, consensos o sencillamente un dejar hacer. Siempre me he preguntado si los humanos somos sustancialmente diferentes al resto de la materia de la que está formada el planeta. Si nuestras formas, cuya apariencia revela un derroche de energía, movilidad y dispersión, son algo superior a las que rigen los bosques, las otras especies o los sustratos que sostienen nuestros pies. ¿No somos más bien reflejos, adaptados y adecuados a nuestras características, del resto de elementos y seres que conforman la totalidad diversa, bruta y sutil de la naturaleza? Dice usted en su misiva, mi estimada Lilya Urievna, que no sólo nos reconocemos en lo pulido del mármol, sino en las divergencias del mineral y en sus espacios huecos. Usted da en la clave, mi apreciada amiga, y eso me hace feliz porque creo que a su vez usted me comprende. El reconocimiento por la obra terminada con frecuencia es algo efímero, porque siempre deseamos conformar otra obra. Y tampoco es fácil ponerse de acuerdo en la calidad, objetivo y significado de lo pulido. Sin embargo, en el esfuerzo por tallar nuestras aristas escarpadas, en el ejercicio por ahondar en las galerías subterráneas de nuestra personalidad, en la demostración de nuestras debilidades, confusiones y quiebras cuando tratamos de acercarnos al otro es donde verdaderamente nos comprendemos y posibilitamos el sentimiento entre los individuos. Coincido con usted en que el conocimiento no es un relámpago. Un relámpago es simplemente el aviso de la energía desencadenada que llega detrás y que, ésa sí, está cargada de conocimiento, de comprensión y de fuerza cuya dimensión apenas se intuye con las fugaces centellas iniciales o los bramidos exagerados del trueno. La sangre de la naturaleza humana es un eco de la sangre circulante y embriagadora de la naturaleza total. Comprender esto es vital para sentirnos arropados, para no sucumbir a las incomprensiones y desaciertos, y para no ser pasto de la melancolía destructora. Discúlpeme, Lilya Urievna, pero no dude usted. Poner en cuestión los lugares comunes y las vulgaridades que asolan y separan el diálogo entre los humanos es necesario, útil y liberador. Pero en su fuero interior, no dude de usted misma, ni de aquel que se siente estimulado por su presencia. Cuando vuelva usted a Moscú medirá de otra manera sus inquietudes, que yo agradeceré comparta conversacionalmente conmigo. Volveré a leer por sexta vez y ávidamente su carta. Con ella, como con mis propios poemas, a cada relectura se me muestra alguna luz nueva, por leve o insensata que sea.

N.B. Huelo en el papel de su carta un ligero aroma que presumo procede de usted misma. Mi amigo Petrov-Vodkin me mostró en su estudio unos hermosos cuadros que, a buen seguro, tendrá especial gusto en mostrarle a usted. Por cierto, ¿sigue inmerso en sus negocios su esposo Osip Brik?



(El cuadro es obra de Kuzmá Serguéyevich Petrov-Vodkin)