1. La carta (póstuma)


 
Lili querida. Siempre hay una última carta tras la última carta. Y ésta es solamente para ti. No corrige mi nota de últimas voluntades, la que han leído todos y pocos han querido aceptar. No la amplía. No da esperanzas, porque difícilmente puede recomendar tal virtud quien decide eliminarlas todas de un golpe único. Es simplemente la carta que jamás existió, pero que nos seguirá fundiendo a ambos, más allá de este paso extraordinario que estoy a punto de dar. No es una carta balance tampoco; eso lo he venido haciendo de palabra y de letra desde hace tiempo. Nada más lejos de mi intención garabatear a estas alturas quejidos y resucitar recuerdos melancólicos. Los goces nos acogieron mientras los disfrutamos. Las ilusiones valieron en tanto en cuanto nos mantuvieron expectantes y confiados. Me siento otro, y no me siento ya integrado en ninguna parte. Ya dejé claro que no había nada que hacer. No he podido soportar más todos los oleajes que han sacudido mi barca. Y eso que siempre procuré que la navegación del amor recorriera todos los puertos posibles de las experiencias, de los conocimientos y de las solidaridades. Me creí fuerte mientras todos nos creímos fuertes. Me consideré en búsqueda y, por lo tanto, capaz de conocer algo de la creación, mientras todos percibíamos que creábamos. Pero ellos hablaban ya solamente de construir. Nunca acabaron de entender que construir es una tarea lineal y que crear es siempre un reflejo único, volcánico, aunque se trate también de un esfuerzo y haya que aportarlo a las exigencias de los nuevos tiempos. Nunca quisieron aceptar la aportación instintiva e incluso espontánea que, al fin y al cabo, es la que dota de belleza y de honradez al mundo. Mientras algunos seguíamos prospectando en los retorcidos vericuetos del lenguaje, y no nos dolían prendas en contribuir con enorme entusiasmo a la ingente labor de compromiso con lo nuevo, otros ya estaban sacrificándolo y encauzándolo en una dirección que reducía sus posibilidades. La deriva de los acontecimientos me han hecho diferente; o tal vez no, sino que los diferentes son los demás. Hoy, tú sabes mejor que nadie que soy un náufrago cansado y hastiado. Mi fe en la dirección que toman los hechos es nula y mi paciencia se ha agotado. Llegado este punto, pedirte que me ames sería ir más allá de la literatura. No eres tú quien te vas a quedar sola, puesto que tienes la vida y todos nuestros amigos sabrán arroparte, si lo necesitas. Yo soy quien se ha condenado al ostracismo sin retorno, y no debes llorarme, puesto que es lo que yo he querido. Y tú siempre has aprobado mi propia libertad de querer.

Siempre, Vladimiro.
 
 
 
(Fotografía de Maiakovski realizada por Rodchenko)